16
Mar, Abr

¿Querés un e-mail? No, quiero una carta

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¡Ay qué lindo, una carta y manuscrita! Se me escapó el comentario, en voz alta, junto con la exhalación de un suspiro delante del actual ex de mi amiga, quien me miró entre incrédulo y burlón y me dijo: ¿para qué querés una carta si tenés los e-mails? Como si ambos, para una mujer enamorada, resistiesen siquiera la comparación.  Así que ahí nomás nos trenzamos en una dialéctica que hubiera seguido hasta el final de los tiempos de no mediar la impaciencia de la novia de él, o sea: mi amiga.


El primer argumento que me surgió naturalmente espontáneo fue: pero el e-mail no lo podés dejar debajo de la almohada como para darle una sorpresa a alguien. 


El concepto se desarrolló en base a un reciente recuerdo de alguien, muy amado por mí, que para finalizar una contienda conmigo había dejado debajo de mi almohada mi chocolate preferido, logrando así derretirme de amor. 


Herida ya las susceptibilidades mías y las del recuerdo, arremetí con un arrebatado tono de voz en curva ascendente, bah, no me vas a venir a comparar una carta con  un e mail, a lo cual él contestó inconmovible, no para nada, el e-mail es mejor, más rápido y más eficaz que cualquier cosa. 


Si, cualquier cosa que no tenga que ver con sentimientos apasionados, confronté.  El enarcó las cejas empezando a ofuscarse y retrucó, bah, sentimentalismo barato. 

Grrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr, pensé y dije en voz alta, sobretodo sabiendo que me había recorrido tres mil ochocientas librerías para acompañar a mi amiga a buscar un sobre que contuviera el sello de lacre rojo, porque ella, mujer enamorada, quería poner en él la carta de amor que le había escrito al energúmeno que estaba discutiendo conmigo. 

 


¿Cómo podés ser tan frío? Le dije ya visiblemente alterada. Él, también visiblemente ofendido me dijo: frío no, práctico, a lo sumo.  Romántico, ni que hablar –pensé- pero no quise herir más la susceptibilidad de mi amiga que para este entonces ya estaba, también visiblemente, irritada.

Me reservé parte de la conversación. El contraatacó diciéndome: no me vas a negar que con el mail o el msn podés también manifestar estados de ánimo. Y me relató que había una suma de emoticones de los cuales yo disponía para expresar, por ejemplo, esa cara de disgusto y asco, que estaba expresando. 

 

Le dije: ¿hay alguna nariz fruncida como para explicar  una sensación de asco? Arremetí: acaso no sabías que Leonard Wolf, el día en que su esposa, la escritora Virginia Wolf, se suicidó arrojándose a un río, anotó en su diario sus minuciosas observaciones de siempre, sobre hechos cotidianos.  Nada parecía haber cambiado en su ánimo, salvo un manchón delator. El único borrón en todo su prolijo diario. ¿Una lágrima?  

 

Ningún emoticón puede suplantar ni el beso emocionado que una amante puede enviar en una carta, vestido de rouge, ni el borrón y manchón o la tinta que puede producir una lágrima. 


Por ejemplo sobre esta conversación, decime qué icono ponés, para exasperación por ejemplo.  Ahí, hizo mutis por el foro. Para retrucarme a la vuelta siguiente, ah sí, y qué usas en la carta?  Sencillo, le dije  a fuerza de mis cejas enjutas para enfatizar todo, la palabra exasperación. Ah bueno, así lo ponés en el email y también  se acabó me dijo él; en un soberbio truco y retruco.  Bueno, pero no es lo mismo, dije ya cansada.


Tiré la toalla, ya eran altas horas de la noche y el ex y mi amiga tenían tiempo de discutir el asunto, dormitorio mediante,  así que me fui.   


Seré insistente, yo quiero una carta, y a la vieja usanza, de puño y letra, con la emoción que ello depare; si no es mucho pedir con sello de lacre y sabor a amor con gusto a perfume. 


Aunque tampoco quiero ser tan necia ni tan extremista, reconozco que de vez en cuando, muy de vez en cuando, está bueno esto de andar preguntando: ¿y, tendré algún mail?