El cuerpo femenino enajenado

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 Todo lo que suponemos que deberíamos ser, pensar o sentir, suele alojarse a mucha distancia de nuestro ser esencial. Y más lejos aún se instaura el supuesto ideal de cómo deberíamos ser físicamente. Somos altas o bajas, morenas o rubias, orientales o europeas, robustas o pequeñas. La verdadera reflexión apunta a comprender por qué no amamos eso que sí somos. Esos ojos que milagrosamente ven, esas pestañas que amablemente nos protegen, esos brazos que trabajan, esas uñas que resisten, esa piel que se expresa, ese cabello que baila el vals del viento, ese cuello que sostiene, esos pies que no se quejan, esos hombros que seducen, esa altura que vigila, esa voz que canta melodías o esas manos que acarician.

Todas las mujeres tenemos un cuerpo hermoso, amado por alguien pero generalmente despreciado por nosotras mismas. Todas tenemos la extraordinaria oportunidad de tener una casa para el alma, pero querríamos habitar en otra. Sin embargo otro cuerpo nunca podría albergar con tanta sabiduría nuestro particular camino, ya que lo hemos ido construyendo en la intimidad de las experiencias vitales, limpiándolo, cuidándolo o maltratándolo a fuerza de engaños y dolor. Nuestro cuerpo es completamente nuestro, hecho a imagen y semejanza de nuestras elecciones, sentimientos, gozos e infortunios. Nuestro cuerpo merece el reconocimiento y el agradecimiento de llevarnos por la ruta adecuada, todos los días y todas las noches de nuestra vida.

No importa cuánto envidiemos la delgadez de alguien más joven, paradójicamente esa joven envidiará nuestro color de piel o nuestro aliento o nuestra sonrisa. Es decir, estamos todas pretendiendo vivir en un cuerpo incapaz de acomodarse a nuestro ser interior y desmereciendo al mismo tiempo la belleza natural y genuina del propio.

Si pretendemos esconder una arruga, la piel nos reclamará desde algún rincón queriendo existir. Si quisiéramos un cuerpo más firme, los recuerdos y los sueños y los amores del pasado pujarán para saberse vivos. Si pensamos que nuestros problemas se resolverían sólo si fuéramos más bellas, es porque no nos hemos mirado en el espejo cósmico del alma.