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Jue, Mar

Nosotras – Un encuentro esperado después de años

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 Nos debíamos un encuentro, como hace tanto tiempo no tenemos. Resulta tan difícil coordinar hoy nuestras vidas de mujeres profesionales y de familia, que siempre se posterga. Año tras año, cuando nos hablamos para los cumpleaños, o las fiestas va la frase: “tenemos que encontrarnos, juntarnos a tomar algo como antes, sin tiempo, sin reloj, sin celulares”. Hoy, llegó el día y lo quiero disfrutar pero a la vez poderlo ver desde otro lugar, otra vez ejercitando mi profesión de psicoanalista quiero ver y vernos, a nosotras mismas, eso me incluye a mí. Ver cómo somos hoy, recordando como éramos a los quince, cuando ese trío inseparable de amigas incondicionales brillaba de fiesta en fiesta, rompiendo adolescentes corazones.

Soy la primera en llegar, es temprano, a decir verdad la puntualidad no es un rasgo muy característico en mí, pero hoy no me quiero perder nada. Siento que seré protagonista y espectadora de este encuentro entre amigas, entre nosotras, que nos queremos tanto.

Yo soy Marilina Rodríguez, psicoanalista. Tengo cincuenta y pico, soy la mayor del trío, pero parezco la menor. Conservo buena figura, mis canas están perfectamente camufladas entre los reflejos de mi pelo, que ahora luce un impecable estilo carré con planchita, aunque hasta no hace mucho lo usaba largo y con bucles. Madre tardía de una adolescente terriblemente bella e inteligente, temerariamente audaz y contestataria, como lo he sido yo.

Miro hacia la calle y la veo llegar a Flavia Castro, ella dentro de este grupo, es la única que se dedica a los números y estadísticas, sólo tiene un año menos que yo pero de apariencia es como la mayor de las tres. Tuvo dos hijas, una de cada matrimonio, la mayor vive en Francia y la menor en Nueva York, ella vive sola con Napoleón, su perro adorable y callejero. Siempre le han gustado los perros, recuerdo de chicas cuando íbamos a tomar sol al río que solíamos volver a su casa con un perro perdido, que se aquerenciaba en aquélla hermosa casona de la calle Echeverría, donde siempre había lugar para todos. Recuerdo esa larga mesa tendida, para cuando llegábamos de bailar, aquélla casa fue siempre de puertas abiertas, como lo era el corazón de todos sus habitantes, querida familia, si las hay.

Flavia, se sienta a mi lado y se saca su inefable pañuelito del cuello, tipo “gatito”, como le llamábamos antes, me muero de calor dice.... Su pelo cortito, otrora larguísimo y lacio, pero siempre azabache, blusa blanca y pantalón negro, con una pashmina verde esmeralda sobre los hombros, no podría ser de otro color, es su color predilecto. ¿Qué tal che... cómo andás, tu vida, tus cosas, el trabajo y  Valentina? sin respirar pregunta ansiosa por todo y por mi hija. Observándola respondo, todo bien, todo tranqui, o querés que te cuente, tenemos toda la tarde para hablar, en eso quedamos o no?

Vamos pidiendo algo mientras esperamos a Vicki, o sea la tercera amiga que completa nuestro trío. Victoria Bomparola, es doctora, cirujana para más datos, y siempre está corriendo, no termina las frases, porque su apuro permanente la tiene en ese estado alterado, aunque es totalmente serena al momento de intervenir a sus pacientes, que corren tratando de atrapar la juventud eterna, con una estética acá, una aplicación de botox más allá, y el tamaño justo de unas lolas que se presenten por sí mismas, otorgándoles a su portadora, el pasaporte al lugar que quiera llegar. Ese es un punto que nunca nos preocupó a ninguna de nosotras en nuestra  juventud, sin embargo hoy es el regalo más preciado para las quinceañeras. Nosotras aún, no nos hemos hecho nada, bah... creemos que Vicki tiene unos retoques a pesar de ser la más joven de las tres, un toque en la nariz porque no tenía buen perfil, eso es cierto. Algo en los párpados, una subida de pechos y alguna que otra “aspiración” de adiposidad indiscreta por ahí, claro está, ella se dedica a la estética y debe ser algo así como un ejemplo, pero discreto.

Una frenada brusca nos hace mirar hacia afuera, y ahí está Vicki, llega como un torbellino, nos saluda con sus besos apurados dejando su estela a “red door”, ay chicas perdonen! Es que en la clínica... y encima me llamó Mauro de Londres... y sigue hablando con su clásica verborragia, con su terrible incontinencia verbal, que sólo se detiene cuando está operando. Nos habla entre todas las cosas de Mauro, su hijo que es periodista y está haciendo una investigación en Londres. La miro de impecable trajecito, seguramente de etiqueta importada, con una pollera por debajo de la rodilla, la melena cual roja llamarada que destaca sus ojos verdes, ojos de mirada algo triste y un tanto enrojecidos por el cansancio y el cigarrillo que no abandona nunca. Nosotras sí lo hemos dejado, Flavia fuma uno de tanto en tanto, y yo lo dejé definitivamente hace más de diez años. Mientras Vicki habla sin parar, sin dejar lugar para un bocadillo de nuestra parte, la recuerdo en la puerta del colegio con el dobladillo del uniforme descosido, siendo la abanderada de todos los líos, pergeniando todas las acciones de rebeldía, pero, muy inteligente, tanto que llegó como médica a tener un espacio en el plano internacional, reservado para pocos masculinos y siendo mujer, ese podio vale doble.

Hablamos las tres juntas, encimamos las palabras y las incontables preguntas, tomamos  bebida diferentes, Vicki un sirah aciruelado, que se engama con su cabello, Flavia su whisky predilecto y yo una Corona, la cerveza por excelencia. Las tapas languidecen en la mesa, por ahora no tenemos apetito, salvo la avidez de decírnoslo todo y saberlo todo.

Nos miro, ayer en el tiempo tres adolescentes despreocupadas, felices, hoy tres mujeres con diversos vaivenes en nuestro haber, tres mujeres, tres ajetreadas vidas, tres familias que intentamos formar con las mejores intenciones, hijos, y de nuevo tres mujeres solas timoneando sus destinos. Solas, porque todas tuvimos maridos, parejas, pero hoy estamos “al fin solas”.

Flavia, cuenta de sus entredichos con su socio, de los mails que le envía Paola, su hija mayor y de los intensos llamados de Julia su hija menor, dos hijas de diferentes matrimonios, criadas por ella sola en ambas circunstancias, pero después de tanto esfuerzo valió la pena, porque ambas son maravillosas.

Victoria, cuenta de todas sus pacientes sin dar nombres pero sí detalles de los pedidos estéticos, según las circunstancias: mujer recién divorciada, mujer por casarse por enésima vez, mujer que aspira a pasarelas, mujer de casi setenta con amante cuarentón que para ella es un pendex, y así todas las historias. Vicky, habla y habla también sobre lo brillante que es la carrera de Mauro, y todo alrededor de ella, nos hace pensar que siempre está transitando la alfombra roja de Hollywood.

Claro y yo..., bueno yo también cuento de mi trabajo que amo, de la rebeldía de mi hija Valentina pero, que a pesar de ser contestataria, todo lo que hace lo hace bien, de su inteligencia sobrenatural, también me atrevo a confesar el largo tiempo que no hago el amor, ni siquiera un aprouch, ni siquiera una fantasía, nada, digo que me gustaría estar con alguien, pero con cama afuera. Vernos para disfrutar sólo de los buenos momentos, sería como un remanso para mi vida, no estaría nada mal que me pasara. Ellas me miran, creo que también quisieran algo de eso pero no lo dicen, Flavia se hace la fuerte, expresa algo así como, ya no me interesa, quiero estar tranquila, hombres es igual a conflictos, es su ecuación. Victoria, siempre tiene algún amigovio, para que la acompañe a una cena en la cual no está bien visto ir sola, o algún otro para pasar una noche después de unas copas, y otro como más oficial que opera fuerte, en la bolsa de comercio... tema resuelto.

Vicki, me dice: para sentirte sola no se te ve mal, estás espléndida, mirá que color, se ve que te sobra tiempo para tomar sol, yo si no voy a un crucero no puedo. Le explico que todos los meses renuevo mi abono de cama solar, porque el verme pálida me deprime. O sea que puede ser que un miércoles a las diez de la noche, esté tomando mi cama solar, quince minutos que refrescan el color y me hacen ver más vital y saludablemente joven. Flavia, con la que hemos compartido nuestros tiempos de lagartijas al sol, sigue prefiriendo el sol natural, así que cuenta que los fines de semana se sienta en su reposera de cara al sol en su balcón terraza, mientras toma mate y mordisquea algo, junto a Napoleón.

Acá estamos las tres, contando, confesando y por qué no, callando cosas, cosas que nosotras sabemos de nosotras, pero que no las verbalizamos, no las blanqueamos, tal vez por pudor, por más que hayamos crecido juntas.

Será que cuando nos ponemos grandes, nos dan vergüenza otras cosas. Flavia no habla sobre su última pareja, el politicólogo que la abandonó, no sin antes alzarse de su casa con algunos objetos de valor, que seguramente vendió para seguir con su bohemia. Victoria, no menciona nada sobre Omar, un encantador estafador de guante blanco, por el cual ella tuvo que reponer desde  cheques, hasta un brazalete, a gente con la cual ellos compartían noches de gala. Yo tampoco les dije que mi mayor dolor, ese hondo dolor del alma y del corazón, es que mi último compañero me dejó por otro, no es error de expresión, me dejó por un señor travestido de señorita pulposa, y eso deja una marca imborrable adentro, aunque el problema con la sexualidad lo tenga el otro, una se plantea como mujer, qué es lo pasa.

Endulzando el último café, nos damos cuenta de que han pasado casi cinco horas, por las que hemos transitado nuestras vidas, repasado momentos, recordando tantas cosas, riéndonos o emocionándonos con los recuerdos. Flavia tiene sus ojos de pisciana, húmedos y brillantes por la emoción, Victoria enciende nerviosa otro cigarrillo y sus labios tiemblan balbuceando algo, yo siento que tengo una porción de felicidad por haberme reunido con ellas, somos iguales en un punto y distintas en tantos otros, con esa diferencia que nos da la adultez, que nos saca los uniformes, y las similitudes que uno copia de sus amigas cuando es adolescente, esa cosa de hablar igual, de los gestos, etc.

Nos despedimos con la idea de proponernos un día, una fecha en el mes para reunirnos, las tres sabemos que no será fácil, pero la propuesta está sobre la mesa. Quizás el próximo encuentro sea más sincero y menos careteado, puede que nos atrevamos a más y que saquemos esa espontaneidad adolescente que alguna vez tuvimos.

Trato de entender por qué ocultamos cosas, si somos las mismas, sólo con algunos años más.

Nos vemos prontito, te quiero Flavia, te quiero Vicky, son mis otros yo, llamémonos!