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Sáb, Abr

El eslabón perdido

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Alguna carencia en nuestra vida anímica infantil, se hace búsqueda incesante de ese afecto a lo largo de toda nuestra vida. Buscamos, sin saberlo, ese aspecto específico del cuidado que nos faltó, esa forma del amor que no pudo ser; como si fuese una pieza clave para armar el rompecabezas de nuestra vida, con la esperanza de que nos deje ver una grata composición como imagen de un presente que justifique el desorden original y las pérdidas del pasado.

Sin darnos cuenta, esa búsqueda se nos vuelve estilo de vida.

Establecemos vínculos fundamentales con personas que presentifican aún más esa falta. Con quienes no pueden más que ausentarse ahí donde nos duele, aún cuando estén presentes en otros lugares importantes de la relación. Nos vamos reubicando en un mismo lugar de súbditos o mendigos de esa parte del amor, y cualquier nuevo descuido hace huella sobre la huella que ya dejamos en ese sendero de angustia por donde hemos pasado una y otra vez, creyendo que vamos hacia otro lado.

Otra forma de tener ese gesto de realidad que deseamos haber recibido del Otro, es SIENDO nosotros mismos esa pieza que nos faltó. Entonces damos sin mesura y sin registro, aquello que no nos dieron sin mesura y sin registro. Somos todo aquello que no pudo ser, y nos sentimos frustrados cuando los demás no lo valoran: es que los demás no necesitan especialmente esa particularidad nuestra, a ellos les faltó otra cosa.

Hay una forma más complicada y lastimosamente habitual por estos tiempos de reclamar lo que no fue. Transformarnos en la versión más sádica de aquel que nos quitó. Con un inconsciente cambio de rol, teñido de la monstruosidad de nuestro sufrimiento incomprendido; luego incomprensible e incomprensivo, vamos por la vida pateando el intento de armado del rompecabezas, que cualquier ser que nos provoca algo fuerte intenta construir.

(Seguramente nosotros también, con nuestra llegada, provocamos algo fuerte en aquel que nos desparramó las piezas cuando todavía teníamos la esperanza, sin saberlo, de que estuvieran todas).

Muchas veces hacemos una profesión o un oficio de aquello que nos faltó y nos dolió: nos dedicamos a dar lo que no recibimos, de hacer lo que nos hicieron en una forma sublimada, que dista en apariencia tanto de su origen, que lo actuamos sin reconocer que estamos tramitando un dolor e intentando convertirlo en placer, con la pasión que sólo nace del goce de trascender un sufrimiento.

Muy probablemente hoy estemos siendo alguna de estas formas o una combinación entre infinitas posibilidades de las mismas. Es importante y más aún interesante MADURAR, lo cual no es fácil porque estamos hablando de un concepto de madurez superador del aún circulante que supone cumplir con ciertas pautas sociales de forma. Madurar espiritualmente, evolucionar en lo emocional es posible sólo cuando comprendemos que hemos estado funcionando reducidos a nuestra propia falta.

Es imposible percibir y vivir en el "TODO" cuando nos hemos esforzado por ser sólo una pequeña "PARTE" de nuestro mundo interior que se nos hizo carácter en el mundo externo.

Reemplazamos el todo por la parte, una parte tan pequeña como hablar de nuestra forma de ser, basada en nuestras propias creencias arraigadas, que provienen de la percepción que tenemos de nuestras propias experiencias. Un granito de arena egocéntrico con fuerza centrípeta, que tapa el Universo expansivo de las formas posibles.

Siempre podemos ser una parte, y no es en sí mismo perjudicial llevar las marcas de lo anterior. Abarcar todo es tan imposible y enloquecedor como quedarnos en el granito de arena que no se combina con nada para hacerse ladrillo, ni se deja arrastrar por el viento.

Alguna vez dije que no falta nada, aún cuando falte algo. ¿Por qué? Porque si esa pieza específica hubiera estado, seguramente habría faltado otra; y si hubiéramos contado con todas las piezas posibles, estaríamos todavía en una especie de "casillero" de largada, sin ir a ningún lado. No sabríamos qué es lo que deseamos, es más... no tendríamos deseo. Sólo el deseo nos brinda la fuerza para desarrollar la habilidad de armar, desarmar y volver a armar tantas composiciones a lo largo de la vida, buscando un lugar en el mundo.  

Más aún, si hubiéramos tenido a disposición todo (lo cual por fortuna es técnicamente imposible porque es el reverso de la nada); y por otro lado, alguien nos hubiera entrenado en las habilidades para construir; la emocionalidad puesta en juego no sería la misma. Habríamos aprendido un hacer tedioso, sin pasión, sin intensidad, sin autopropulsión de búsqueda y de capacidad de sentir felicidad ante cada conjunto de piezas encastradas armónicamente. 

El eslabón está perdido, pero sólo así se puede construir la PROPIA historia. Es su condición y no su condicionamiento. 

Podemos empezar por ubicar en su lugar un eslabón diseñado por nosotros mismos e ir reemplazando eslabones con distintas formas, texturas, materiales y colores, sólo porque queremos seguir haciendo cadena con el mundo y con los otros de manera más auténtica, flexible, armoniosa y... amorosa.  

Que no se te suelte la cadena...te golpeás a vos mismo, a los demás y te quedás solo. Vale la pena enlazar y armar una serie. Elegí los eslabones.