Una porteña historia de fin de semana

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 Entre futuros inciertos, entre euforias ganadoras y tristezas con sabor a derrota  sucedió esta historia.

Llegué a la esquina, miré al semáforo y, casi por inercia, a los autos, por las dudas alguno pasara en rojo. Ahí fue que lo vi, lo iba a saludar, pero él, el vendedor de la pañalera al que le compro todos los sábados, estaba demasiado pendiente de algo, que yo desde el frente, no alcanzaba a ver.

 

Estaba casi al borde del cordón de la vereda. Con una suavidad inusual para un hombre bien viril se inclinó y tomó algo entre sus manos; que no pude ver bien de qué se trataba. 

Ese día iba, como siempre, a comprar a su local. Una vez detrás del mostrador, estaba visiblemente emocionado y sin aguantar a que yo pagara la mercadería  que me había auto servido, me extendió una caja de cartón con una abertura arriba pero bien cerrada de los costados.  Me dijo que mirara y yo, obediente y curiosa, miré. 

Era un gorrión bebé, había caído de un árbol. El ave estaba asustadísima por lo tanto contuve la caricia.  


Y su salvador me dijo, "voy a la veterinaria, lo revisé está sano pero por las dudas...Simplemente  no sabe volar.  No sé si habré intervenido con la naturaleza.  Lo cierto es que aunque mamá gorriona lo vino a buscar  no hubo caso: el pichón no sabe volar y menos llegar donde seguramente está su nido. (Y señaló con su mano en dirección al árbol de enfrente). El pichón cruzó caminando toda la Av. Diaz Velez.  Vi como sorteaba los autos.  Autos que jamás hubieran podido verlo, tan  indefenso en medio de la avenida.  Y lo logró, logró cruzarla y ahí lo agarré y acá está. Lo voy a dejar con agua y tranquilo.  Le voy a comprar alpiste y me lo llevo para mi casa".

 
Salí del local con una sonrisa, seguí con mis compras y me  volví a cruzar al  dueño de esta historia, saliendo de la veterinaria.  No había demorado un sólo minuto en ir.  "Ey, me dijeron que le de migas de pan", me dijo, y se fue corriendo. Alguien, después del susto, esperaba comer.

 
Esta historia, es como las estrellas fugaces.  Fui testigo de un momento de ternura dentro del cemento gris derretido de un caluroso sábado por la mañana. El recuerdo, tal vez, lo haga eterno, como a las buenas historias.