Lucha contra la obesidad

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En el mundo, 1900 millones de adultos tienen sobrepeso u obesidad y 41 millones son niños menores de 5 años, según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS). En Argentina afecta a 2 de cada 10 adultos y su prevalencia va en aumento. Además, somos el segundo país de la región con mayor tasa de obesidad infantil, con un 9,9% de menores de 5 años afectados, según datos de la FAO/OMS.

 

  Esta enfermedad no transmisible trae consigo complicaciones: diabetes tipo 2, hipertensión arterial, hipercolesterolemia, hipertrigliceridemia, afecciones del aparato óseo o cuestiones cardíacas y cerebrovasculares, como accidentes o infartos.

También se demostró que una persona obesa de larga data tiene mayor tendencia a desarrollar distintos tipos de cáncer: en el hombre es más frecuente de colon y próstata y, en la mujer, de endometrio, mama y colon.

Miranda destaca la importancia de un abordaje integral de esta problemática. "Se toman como determinantes de la obesidad a la dieta  y el ejercicio, o se piensa que tiene impacto en un único entorno, sin involucrar trasversalmente a los diferentes actores que intervienen. Debe ser atendida integral y multidisciplinariamente, tanto desde el sector público como del privado".

En este sentido, considera que más de un 90% de los pacientes con sobrepeso y obesidad presentan falta de inteligencia emocional para controlar la ansiedad, el estrés, la angustia, los miedos, entre otras, que suelen canalizar en la comida. "Esta cuestión resulta primordial para generar nuevas conductas que se sostengan en el largo plazo y lograr el éxito en un tratamiento", determina.

Algunas cuestiones a tener en cuenta para lograr el cambio de actitud necesario para mantener hábitos alimenticios saludable son:

No seguir dietas restrictivas y milagrosas

Las llamadas dietas no son balanceadas, variadas ni se ajustan a los gustos, la actividad física o las patologías asociadas de cada persona. Son estándar, restringen uno o varios grupos de alimentos; de ninguna manera enseñan hábitos saludables. Por ello son difíciles de sostener en el tiempo y producen efecto rebote. Un plan nutricional, por el contrario, sí tiene en cuenta las particularidades del paciente antes mencionadas. Las nuevas costumbres adquiridas mantienen la salud emocional, mental y física. Para que un descenso de peso sea saludable se deben bajar entre 500 gramos y un kilo por semana.

Cuatro comidas y dos colaciones al día

Por la mañana estamos apuradas y muchas veces tomamos una infusión ligera o directamente nada. Entonces, a las dos o tres horas, estamos más cansadas y nutricionalmente no estamos aptas para desarrollar nuestras actividades. Como consecuencia, la primera comida que realicemos seguramente no va a ser adecuada en cantidad y calidad de las porciones. Es necesario realizar siempre las cuatro comidas diarias principales y las dos colaciones, sin saltearlas ni picotear entre horas. Lo ideal sería planificarlas desde el día anterior para no tentarnos con comida al paso.

Controlar la cantidad y calidad de las porciones

Lo recomendable no es privarse de los gustos, sino incorporarlos con moderación, disfrutándolos y manteniendo una alimentación equilibrada el resto del tiempo. Una porción saludable es aquella que el cuerpo requiere de acuerdo a la edad, la altura, la cantidad de actividad física que realiza, las enfermedades existentes, las etapas fisiológicas –por ejemplo, embarazo, lactancia, entre otras–  para funcionar óptimamente y suplir las demandas diarias. Respecto a la calidad, hay que incorporar legumbres, frutas, vegetales y carnes magras que nos van a dar más saciedad y disminuir –aunque no eliminar– las harinas. También es importante leer las etiquetas de los productos que consumimos y no creer que porque viene en un envase verde no engorda, porque es más liviano, pero sigue sumando calorías.

Diferenciar entre hambre y ansiedad

Elegir lo que consumimos es parte del equilibrio psicoemocional que nos mantiene saludables y los excesos siempre nos llevan a romperlo. Estos desbalances pueden traer como consecuencia el sobrepeso y la obesidad. En general, nos tentamos con la comida chatarra, aquella que no posee valor nutricional, solo suman calorías, azúcares, sal y grasas saturadas. Estas desencadenan en nuestro cerebro el deseo de consumir mayor cantidad, son adictivas y consumimos más calorías de las que nuestros cuerpos pueden quemar.

Realizar una actividad física que nos agrade y dormir bien

Caminar al menos 30 minutos por día mejora nuestra actividad cardiovascular, ayuda a mantener el peso corporal, canalizar tensiones y previene y reduce la hipertensión arterial, la diabetes tipo 2 o el colesterol alto. El ejercicio aeróbico en general es lo recomendado para perder calorías; por ejemplo, caminar, correr o trotar, hacer natación o spinning. Si lo hacemos al aire libre, aumenta la producción de serotonina, neurotransmisor que está asociado al bienestar. Es importante elegir una  actividad física que nos guste y dormir entre 6 y 8 horas diarias para evitar aumentos de peso.

La lactancia materna previene la obesidad en adultos

Al menos un 50% de los casos de obesidad en adultos podría prevenirse si desde la niñez adquieren hábitos alimenticios saludables. Con la lactancia, a partir de la primera hora de vida y hasta al menos los seis meses, se genera un hábito saludable en que el niño come menos cantidad pero con mayor frecuencia, a la medida de sus necesidades.

Para prevenir la obesidad los padres deben contribuir a una alimentación consciente desde el comienzo, por ejemplo no agregando azúcar a los alimentos, para que su paladar se acostumbre al sabor natural de los mismos y dándoles opciones saludables como alternativas a las golosinas.

Hay que involucrar a los niños en la planificación de las comidas, para que puedan optar, dentro del abanico de alimentos saludables, por aquellos que se ajusten a sus gustos y, así, asegurarnos que los van a comer y se van a alimentar bien.

¿Cómo influye el ámbito familiar en esta enfermedad?

Es importante señalar que su impacto es independiente de la cuestión genética. Si bien cuando ambos padres son obesos hay un porcentaje alto de probabilidades de que su hijo también lo sea, los factores ambientales son los determinantes.

Es una población que requiere del conocimiento y en el que siempre las emociones influyen. En la mayoría de los casos se observa depresión, ansiedad, trastornos de ansiedad generalizada, trastornos obsesivos compulsivos y, por supuesto, esto va de la mano con la baja autoestima.