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Vie, Abr

Discapacidad y desigualdad

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Debido al envejecimiento de la población y al aumento de las enfermedades crónicas la tasa de discapacidad aumenta día a día. Según datos del INDEC de este año, en la Argentina 10 de cada 100 personas sufre algún tipo de limitación física o intelectual que dificulta sus actividades cotidianas y las ubica en situación de desigualdad respecto de aquellas que tienen sus capacidades conservadas.

 

 En todo el mundo, las personas con discapacidad tienen peores resultados sanitarios y académicos, una menor participación económica y unas tasas de pobreza más altas que las personas sin discapacidad. En parte, ello es consecuencia de los obstáculos que entorpecen el acceso de las personas con discapacidad a servicios que muchos de nosotros consideramos obvios, en particular la salud, la educación, el empleo, el transporte, o la información. Esas dificultades se exacerban en las comunidades menos favorecidas.

La discapacidad es parte de la condición humana, es decir, casi todas las personas conviven con una discapacidad de manera temporal o permanente en algún momento de sus vidas. Esta consiste en una deficiencia, limitación o restricción para realizar actividades y resulta de la interacción entre la persona que convive con ella y los factores contextuales –ambientales y personales-. Muchas veces las barreras del entorno evitan su participación plena y efectiva en la sociedad en igualdad de condiciones con los demás.

Según la Clasificación Internacional de Funcionalidad (CIF), los problemas del funcionamiento humano se agrupan en tres categorías vinculadas entre sí:

-Deficiencias: Son problemas en la función corporal o alteraciones en la estructura corporal, a menudo identificadas como síntomas o señales de condiciones de salud, por ejemplo, parálisis o ceguera.

-Limitaciones de la actividad: Son dificultades para realizar actividades; por ejemplo, caminar o comer.

-Restricciones de participación: Son problemas para participar en cualquier ámbito de la vida; por ejemplo, ser objeto de discriminación a la hora de conseguir empleo o transporte.

Por otro lado, el ambiente en que vive una persona tiene una enorme repercusión sobre la experiencia y el grado de la discapacidad. Los ambientes inaccesibles crean discapacidad al generar barreras que impiden la participación y la inclusión. Solo algunos ejemplos de la repercusión negativa del ambiente son los siguientes:

-Una persona sorda que carece de un intérprete de lengua de señas;

-una persona que utiliza una silla de ruedas en un edificio que carece de un baño o ascensor accesible;

-una persona ciega que utiliza una computadora que carece de software para lectura de pantalla.

Se puede modificar el ambiente para mejorar las condiciones de salud, prevenir las deficiencias y mejorar los resultados para las personas con discapacidad a partir de cambios en la normativa, en las políticas públicas, en el fortalecimiento de capacidades o por medio de avances tecnológicos que permitan contar, entre otros, con diseño accesible en el ambiente construido por el hombre y el transporte; señalización que ayude a las personas con deficiencias sensoriales; servicios de salud, rehabilitación, educación y apoyo más accesibles y más oportunidades laborales y de empleo para las personas con discapacidad.

La prevención de las condiciones de salud vinculadas a la discapacidad es una cuestión de desarrollo. La atención a los factores ambientales entre ellos, la nutrición, enfermedades prevenibles, agua potable y saneamiento, seguridad vial y laboral puede reducir muchísimo la incidencia de las condiciones de salud que generan discapacidad.

Se sugiere tomar medidas para evitar que un problema de salud se presente por medio de la educación por ejemplo –prevención primaria-, realizarse chequeos para detectar un problema de salud de forma temprana y actuar en consecuencia –prevención secundaria-, y seguir tratamientos para disminuir el impacto de una enfermedad ya instalada, restaurando la función y disminuyendo las complicaciones vinculadas a dicha enfermedad con sesiones de rehabilitación para los niños con deficiencias musculoesqueléticas –prevención terciaria-.

Mientras mayor sea el grado de discapacidad, mayores serán las necesidades de asistencia. Cuando una persona no puede autovalerse y necesita de cuidados sanitarios específicos, deberán instrumentarse las medidas necesarias para que la atención médica que requiere esté ampliamente facilitada.

La limitación que le impone su capacidad funcional reducida muchas veces es un impedimento para trasladarse a diferentes centros asistenciales y recibir la atención que necesita (prácticas de enfermería, kinesioterapia, fisioterapia, control médico, apoyo psicológico, entre otros). La internación domiciliaria es un recurso de muchísima utilidad en estos casos. Soluciona los engorrosos problemas de traslado, mejora el estado emocional del paciente y evita los efectos colaterales de la hospitalización (infecciones, desarraigo, alejamiento familiar).

Es muy importante que cada integrante de la familia tenga un rol pre-establecido en el cuidado de una persona con discapacidad. Los familiares del paciente deben acompañar al equipo terapéutico y, dentro de sus posibilidades, desempeñar acciones específicas previamente asignadas. Será una función del coordinador del grupo diseñar las estrategias adecuadas para incorporarlos al cuidado de su ser querido y preservarlos para que ninguno de ellos esté sometido a una carga que pueda perjudicar su salud (enfermedad del cuidador informal).

La discapacidad es un problema de todos. Cada uno de nosotros, desde nuestro lugar específico, puede contribuir a mejorar la calidad de vida de las personas que la padecen.