Los divorcios transcurren de un modo muy parecido a como han sucedido las cosas en la relación de pareja. Si la violencia, el desacuerdo, la falta de comprensión, la exigencia, el maltrato, la desidia, el desprecio o la indiferencia han sido la moneda de cambio afectivo pues, esos mismos elementos estarán presentes cuando la separación de los cónyuges se concrete.
Continuaremos la batalla ahora, al igual que en el pasado. Buscaremos ganar, tener razón, desacreditar al contrincante, hallar los puntos débiles para atacarlo, desarmarlo, debilitarlo, lastimarlo, herirlo de muerte hasta que nos pida perdón y pague el precio que le hemos adjudicado a nuestra rabia.
Y los niños sufren. No porque el divorcio en sí mismo los perjudique. Los niños no se manejan por parámetros morales o religiosos. Ni siquiera les importan los prejuicios o el qué dirán. Tampoco les resulta esencial que los padres sean un matrimonio perfecto. Lo que los lastima es el enojo que destilamos los adultos entre nosotros al punto de enceguecernos y olvidarnos de ellos.
Están expuestos a las estrategias concentradas para descargar el rencor en el otro progenitor del niño, a quien, por supuesto, el niño ama. Así que queda atrapado entre los sentimientos egoístas y malintencionados de sus padres. Desde el punto de vista del niño, no hay peor prisión emocional.
Es llamativo que en la pelea por los hijos, raramente se tenga en cuenta verdaderamente lo que cada niño necesita en su especificidad de niño pequeño. Los hijos se convierten en un bien negociable, al mismo nivel que una cantidad de dinero. De hecho, hijos y dinero son las dos variables presentes en los juicios de divorcio y se negocia mejor o peor de acuerdo a lo obtenido por la contra parte.
Los niños no suelen tener voz ni voto. Y si se los escucha, generalmente hablan por boca del vencedor de la batalla. Por lo tanto, responden a las expectativas y necesidades de alguno de los padres. En esos casos son los hijos que miran y satisfacen a los padres, y no al revés. No sirve que un niño manifieste que desea permanecer con alguno de los padres. Simplemente nunca deberíamos haber puesto a un niño en tal situación.