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Vie, Abr

¡Hagamos visibles a las mujeres afganas!

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La historia de las mujeres afganas es muy dura, han pasado por situaciones extremas inimaginables. Por años estuvieron atadas a un régimen de tortura en donde no podían vivir libremente, mejor dicho, no podían vivir.

 

 En 1964 habían logrado el acceso a la salud, educación y al trabajo y en 1996 esos derechos fueron quitados tras la guerra civil y la suba al poder de los grupos fundamentalistas talibanes que se regían de acuerdo con su interpretación de la Sharia, la ley islámica.

Todo se tornó un calvario: las niñas mayores de 10 años ya no tenían acceso a la educación, muchas eran obligadas a casamientos infantiles y sus padres obligados a aceptarlos para no ser secuestrados. Algunas mujeres eran vendidas como esclavas sexuales. No podían trabajar fuera del hogar ni salir solas, tenían que acompañarlas el padre, hermano o marido. La salud también estaba bastante acotada para ellas al no poder ser atendidas por hombres.

Era obligatorio el uso del burka, vestimenta que cubre el cuerpo de la cabeza a los pies con una apertura en la zona de los ojos y de no vestirse con él podían ser golpeadas o insultadas públicamente. Tampoco se les permitía llevar ropa de color porque son sexualmente atractivos, maquillaje, ni tacos altos porque el hombre no debía oír sus pasos. Tenían prohibido, también, hablar con el sexo opuesto y si cometían infidelidad las lapidaban ante la mirada de los demás.

Lejos estaba andar en bicicleta o moto, practicar deportes, entrar en un club o baño público y compartir un colectivo con hombres. No se las dejaba tener vida recreativa ni reírse fuerte, tampoco salir al balcón, además debían tapar las ventanas de sus casas para no ser vistas desde fuera.

A partir del 2001, tras años de incesante lucha, obtuvieron los derechos a la educación, la salud y el trabajo, que otra vez sienten amenazados con la nueva invasión de los talibanes.

El pueblo afgano teme volver a la situación pasada y las mujeres que pueden alzar la voz piden ayuda al mundo porque no sólo las aterra la pérdida de su libertad individual, sino la de su propia vida.

Vivir así no es vivir. Las afganas sienten terror por ellas y por sus familias y muchas decidieron confinarse, no quieren retroceder y perder lo que han ganado con tanto esfuerzo. No les creen a los líderes talibanes en que no les van a quitar la posibilidad de progreso educativo y laboral y dejarlas libres del uso del burka.

El descreimiento, seguro, está por lo que comenzaron a ver: en los medios las periodistas ya se presentan sin maquillaje y con un velo y en las calles comenzaron a quitar las publicidades donde hay mujeres.

Las afganas tienen que ser escuchadas y visibilizadas. Si desde distintos lugares del mundo ponemos nuestro granito de arena y aunamos fuerzas, las estamos ayudando para que no se sientan solas y puedan continuar su lucha hacia la libertad plena, por siempre.