Transitamos una época de sobreexposición, las redes sociales se impusieron y como una gran vidriera multiplica imágenes que antes eran privadas o reservadas para un círculo acotado de personas. Lo deseable es que esas imágenes reflejen un lindo momento o un ángulo favorecedor.
¿Por qué estas "poses", que en mayor o menor medida se alejan de la realidad que vivimos, pasan a formar parte de nuestra cotidianidad?
Esta sobrevaloración de la imagen no es nueva, no hablamos de cualquier imagen, sino de una que emana alegría, buena onda, placer. Tiene mala prensa mostrar aflicción porque, además, nos inundan frases que, con sus diferentes variantes, expresan que "estar bien" es un acto de voluntad y que si lo deseás y trabajás para ello la felicidad es posible.
En este contexto es muy frecuente que el sufrimiento sea algo que se trata de ocultar, porque ¿quién quiere admitir que sufre porque "no deseó o trabajó lo suficiente para evitarlo"?
¿Por qué disimulamos el sufrimiento?
Muchas personas transitaron y transitan distintas problemáticas en soledad, disimulándolas, aún, ante quienes forman parte de su entorno cercano. Pero el acompañamiento en este transitar sufriente puede ayudar a aliviar el dolor y a encontrar alternativas de resolución.
El desprendimiento de esas máscaras es un momento de liberación y acercamiento a lo que es esa persona y a su verdadero sentir, más allá de lo que motivó ese sufrimiento que se ocultó, el poder transitarlo y abrazarlo con libertad en un clima de confianza y afecto ya es un gran paso para superarlo. Pero superarlo una vez reconocido y aceptado, sin culpas ni reproches.
¿Por qué ocultamos lo que nos pasa? ¿Llegamos a enmascararnos de tal forma que esa coraza en vez de ayudarnos acrecienta nuestro dolor? ¿Nos avergüenza no ser felices? ¿Nos sentimos artífices de nuestros problemas al punto de necesitar ocultarlos?
Todas las personas deseamos la felicidad y los momentos de sufrimiento no son volitivos, el "si lo deseás, lo lográs" es sólo una frase vistosa que se emparenta con imágenes aspiracionales, en muchos casos imposibles de replicar, ya sea por su superficialidad o por su falta de relación con nuestra experiencia indefectiblemente determinada por el contexto del que formamos parte.
Reír con ganas y también llorar si lo deseamos nos acerca a quienes somos y a lo que sentimos en cada momento de nuestras vidas, evitando que, por ocultarnos siempre finalmente no nos puedan reconocer y lo que es más importante, nos cueste nuestro propio reconocimiento.
Dar a conocer nuestras dificultades es una decisión personal y mostrar felicidad mientras sentimos dolor para satisfacer la mirada ajena en detrimento de la propia, también.