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Vie, Mar

¿Qué es la hibristofilia?

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La hibristofilia o síndrome de Bonnie and Clyde es un tipo de parafilia que afecta mayormente a las mujeres y se traduce en una atracción romántica o sexual hacia personas que hayan cometido crímenes o tienen tendencia violenta.  

 

 Sonia Rico Trujillo, autora del libro “Amar a quien mata” y psicóloga española que ha investigado sobre la hibristofilia, desde Barcelona apunta a la idea de redención: “Creen que, gracias a que su enamorado está con ella, va a salir del mundo en el que está inmerso. Esa esperanza siempre está. Esta persona ha sido mala, ha cometido un delito, pero ahora está con ella. Ella conoce sus cualidades, cree que va a sacar lo mejor de él y que estarán juntos por siempre”. 

La historia de Sonia y Emilio en la cárcel de Caseros ilustra este síndrome

Sonia y Ana están paradas en la vereda mirando hacia el cielo. Sus ojos se dirigen al piso once de la parte nueva de la cárcel de Caseros, la imponente mole erigida en el barrio de Parque Patricios en la Ciudad de Buenos Aires. Ana le quiere presentar a Emilio, un compañero de celda de su pareja que se encuentra detenido por tráfico de estupefacientes, le quedan dos años para salir y tiene 16 años más que ella. A Sonia siempre le gustaron los hombres más grandes. 

Desde la calle, Ana dialogaba a los gritos con su pareja y le pidió que busque a su compañero. Emilio vio a Sonia, a lo lejos, por primera vez. A partir de ahí empezó el intercambio de cartas que arrojaban por las ventanas atadas a una piedra o a un pedazo de pan. 

Sonia aún era menor de edad y su padre no quiso firmar la autorización para que entrara a la cárcel, así que no le quedaba otra que esperar a los 21 años. Su relación hasta ese momento se limitó al carteo y las visitas en la vereda de Pichincha. Hoy, con 53 años, recuerda los textos de Emilio, su manera de redactar, propia de una persona instruida. Además, le resultaba muy seductor. Eso la había impactado. A él le faltaban sólo dos materias para recibirse de psicólogo, carrera que no terminó. Había estudiado también abogacía, literatura y filosofía, aunque todo dejó inconcluso. El papá de Emilio, un prestigioso abogado de Quilmes, era el que llevaba las respuestas que escribía Sonia para su hijo.

Con el tiempo llegó el momento de la visita dentro del penal. Era la primera vez que Sonia ingresaba a una cárcel y se sometía a una requisa. Llegó el momento del encuentro y le encantó, pensaba cómo iba a gustarle a alguien así.       

De pronto una mujer con baja autoestima conoce a un hombre que tiene todo el tiempo del mundo para dedicarle atención, para seducirla, para decirle todas las cosas bonitas que nadie nunca antes le había dicho. Se encuentra con un hombre para el que ella es todo”, dice la escritora y psicóloga española Sonia Rico Trujillo, y agrega: “a un hombre que está en la cárcel le interesa mucho tener a una persona que está afuera”.  

Las visitas continuaron hasta que salió en libertad. Sonia y Emilio se casaron el 20 de febrero de 1991: “Al principio fue todo color de rosa, pero al poco tiempo de convivencia él volvió al negocio de los drogas. Le gustaba la plata fácil, pero era más lo que se tomaba que lo que vendía”.

Treinta años después, Sonia se quiebra y su cuerpo comienza a temblar cuando relata que también la obligaba a tomar cocaína a los golpes. Aguantó cinco años esa vida de violencia y de necesidades.

A pesar de recibir ayuda económica por parte de sus padres y de sus suegros, nunca recibió ayuda moral. “Yo pensé que el amor curaba todo, pero me equivoqué. Emilio nunca cambió ni aún con la llegada de los hijos”. La vida parecía castigarla por la elección. Se separó cuando nació su último hijo en 1996. Ya tenían tres hijas, entre ellas un par de mellizas. Hubo luego otro intento de reconciliación, pero no funcionó.

A pesar de lo vivido y de haber logrado terminar definitivamente con la relación, Sonia lo dejaba entrar cuando tocaba el timbre y veía que no se podía mantener parado, para no dejarlo así en la calle, pero después lo echaba. El 7 de diciembre de 2003 lo encontraron muerto en la vía pública, al borde de un coma alcohólico. La causa presunta de la muerte fue un golpe en la cabeza al caer contra el asfalto. Ella lo tuvo que ir a reconocer. Aún conserva como un tesoro todas las fotos familiares con Emilio.

Javier Díaz, de 43 años, trabaja en el Servicio Penitenciario Federal y se dedica a la guarda y custodia de los internos. Dice que casos de hibristofilia vio muchos en sus 25 años de profesión, que son más comunes de lo que se cree. Actualmente conocer internos es más fácil por las redes sociales. “Yo trabajé en cárceles de máxima seguridad y puedo decir que he visto muchos hombres y mujeres que se enamoran de homicidas, quieren ver cómo es y qué se siente”, concluye Díaz.

El síndrome de Bonnie and Clyde

El término hibristofilia fue acuñado por primera vez por el psicólogo John Money y es conocido también como el síndrome de “Bonnie and Clyde”. Se trata de un tipo de parafilia sexual que hace que la persona se sienta atraída sexual o románticamente hacia otra que ha cometido un delito o que puede resultar potencialmente violento o peligroso.

Casi todos suelen ser grandes seductores. Tienen una autoestima bastante alta, una imagen de ellos fuerte y una distorsión de la realidad porque si no se lo creen ellos mismos es difícil que alguien los compre”, alega Sonia Rico Trujillo, y agrega: “Muchas mujeres victimizan a este tipo de hombres, van a buscar justificar lo injustificable, a contratarles otros abogados, a buscar reabrir sus causas, gastar su dinero y su energía para salvarlos”.

Estos hombres tienen una personalidad más marcada que la de ellas. Entonces ser la novia o la esposa de alguien que es capaz de cometer atrocidades las hace sentir protegidas, como en una burbuja. Pero esa burbuja en la mayoría de los casos se rompe y terminan ellas siendo también víctimas. 

Rico Trujillo considera, además, que tener una relación con un hombre que está en prisión no es lo mismo que convivir con él. En los países en los que están autorizadas las visitas íntimas, éstas son supervisadas y se dan en un tiempo controlado. De alguna manera a las mujeres las hace sentir que no corren peligro y  les representa un alivio en ese sentido.  

Ha sucedido muchas veces que los presos tienen prensa y popularidad y las mujeres se sienten atraídas e intentan contactar con ellos, les envían cartas. “Sucedió con abogadas, periodistas, funcionarias del servicio penitenciario y hasta catequistas. Son maestros de la seducción, narcisistas, megalómanos y psicópatas. Pueden llegar a conseguir que muchas mujeres los sigan como a una estrella de rock, que se transformen en sus fans. Es una obsesión, algo irracional, una atracción desmesurada hacia el peligro”, concluye la profesional.