En un mundo donde la imagen tiene cada vez más peso, no es raro que muchas personas recurran a la cirugía plástica como un camino para sentirse mejor consigo mismas. Desde una mirada psico-emocional, la cirugía plástica no es ni buena ni mala en sí misma. Lo que hace la diferencia es la motivación interna que nos lleva a tomar esa decisión y el lugar que ocupa la imagen en nuestra construcción identitaria.
La autoestima se construye en base a la autopercepción, la valoración de quiénes somos más allá de cómo nos vemos. En algunos casos, una cirugía puede ser parte de un proceso de reconciliación con el cuerpo: por ejemplo, cuando una persona ha atravesado un cambio importante —como una cirugía bariátrica o una mastectomía— y busca una intervención que le ayude a habitar su nueva corporalidad desde un lugar de aceptación y cuidado.
En estos casos, la cirugía no es el inicio del camino, sino una etapa más de un recorrido que ya se viene transitando a nivel emocional. La decisión nace de un deseo propio, no de una imposición externa ni de una búsqueda de validación constante.
El problema aparece cuando se espera que una operación arregle la autoestima. Cuando se cree que modificando una parte del cuerpo se resolverán inseguridades más profundas, muchas veces ligadas a experiencias de rechazo, bullying, exigencias familiares o mandatos sociales sobre la belleza.
En estos casos, la cirugía puede traer una mejora momentánea, pero no sostenida. Porque lo que necesita reparación no es la nariz, los labios o el abdomen, sino la herida emocional que está por debajo. Y ninguna intervención estética puede trabajar sobre eso.
Uno de los aspectos más importantes —y a veces menos considerados— al momento de pensar en una cirugía plástica es el acompañamiento profesional, tanto desde el lado médico como desde el área psicoemocional. La intervención estética no debería tratarse solo de una transformación física, sino de un proceso integral que incluya contención, escucha y orientación.
Contar con un psicólogo antes de una cirugía puede ser clave para revisar las motivaciones detrás del deseo de cambio, identificar expectativas poco realistas y fortalecer la autoestima desde un lugar más profundo. No se trata de frenar una decisión, sino de asegurarse que sea consciente, autónoma y saludable.
Del mismo modo, el rol del cirujano plástico es central, no solo por su destreza técnica, sino también por su ética y su capacidad de acompañar con responsabilidad.
Para elegir al profesional adecuado debemos prestar atención a su matrícula habilitada y que tenga experiencia comprobable, a los espacios habilitados y con seguridad sanitaria, que la consulta previa sea sin apuros, que se proponga, o se abra, a trabajar en conjunto con psicólogos de ser necesario.
La cirugía plástica puede ser una herramienta positiva si se la piensa desde el cuidado integral. La clave está en poder pensar la estética desde un lugar más humano, donde el cuerpo no sea un enemigo para moldear sino una parte de nosotros a cuidar y habitar con más conciencia. La verdadera autoestima no se construye en el quirófano: se cultiva en el vínculo que tenemos con nosotras mismas.