Iujuuuu, Iupi, guau: vacaciones, viva, hurra pero: vacaciones ¿para quién?

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 Cuando tenemos vacaciones en el trabajo después de semejante explosión de alegría, prontamente nos desilusionamos al no poder irnos a ningún lado, entonces retóricamente nos repreguntamos: vacaciones ¿para quién? Comprendemos entonces, lo que verdaderamente significarán las vacaciones en nuestra casa: un poco más de tiempo con nuestra mascota en la cama y nada más, ya que nuestros hijos van a exprimirnos a más no poder.  

 

Y ahí nuestros dos hemisferios cerebrales empiezan a formular restas, sumas, multiplicación y división. Restamos sobre todo el tiempo que nos quedaría para nosotras. Nada, cero, no habrá tiempo para ir a la pelu, menos para ir a tomar un café con una amiga. 

 

 

 

Multiplicamos, porque siempre hay algún amigo de nuestros hijos que se queda a dormir, por lo tanto más comida para cocinar y más platos para lavar. Tampoco descansamos cuando son nuestros hijos los que van a la casa de sus amistades porque igual dejan la ropa tirada por donde se les cuadre y todo desordenado.

 

 

 

La ociosidad es de los más chicos ¿y la nuestra para cuándo?

 

 

 

Por el bien de la salud auditiva de los vecinos debería pensar y hacer la cuenta de cuánto me costaría recubrir techos, paredes y pisos con algún material aislante porque los gritos están a la orden del día. Mamá me pegó.  Mamaaaaaa; está pintando la pared con tu lápiz labial!! Y una que estaba tranquila tratando de descansar, tiene que empezar a poner las cosas en su lugar para que no siga la batalla entre hermanos.

 

 

 

Como podemos trasnochar, aprovechamos ese momento para relajarnos, leer, mirar una buena película, charlar con alguna amiga o dedicarnos a nuestra belleza.

 

 

 

Con nuestras amigas, lo único que nos queda es consolarnos diciéndonos: menos mal que ya terminan las vacaciones!! Y, al menos, pedimos una semana más para irnos nosotras solas a donde sea!!!

 

 

 

Eso sí, cuándo nuestra amiga sin hijos vuelve de sus divinas vacaciones en la playa,  bronceadamente relajada, y nos pregunta: ¿qué tal fueron las vacaciones en casa? ¿descansaste al menos? Por nuestra mirada de termita hambrienta y asesina, comprenderá, ipso facto, que esas son preguntas que nunca más deberá formular si quiere seguir gozando y padeciendo nuestra amistad. 

 

 

 

Pero también tiene razón cuando nos dice: “no te quejes que después no los tenés y los extrañas, quién te entiende!”